¿Es real el mundo cuántico? La interpretación de Copenhague: defensores y detractores
- Manuel Córdoba
 - 15 ago
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Copenhague bajo la lupa: Bohr, Heisenberg y Born frente al realismo de Einstein y Schrödinger, las variables ocultas de Bohm y los muchos mundos de Everett.
Publicado por Eugenio M. Fernández Aguilar
Físico, escritor y divulgador científico. Director de Muy Interesante Digital

La interpretación de Copenhague es el marco de lectura más influyente para entender la mecánica cuántica desde finales de los años veinte. No es una única frase cerrada, sino un conjunto de ideas articuladas por Niels Bohr, Werner Heisenberg y Max Born sobre indeterminación, probabilidad y el papel de la medida. Ese paquete conceptual se convirtió en la ortodoxia durante buena parte del siglo XX y moldeó generaciones de libros y cursos de física, en buena medida por su eficacia práctica y por el liderazgo intelectual del Instituto de Bohr en Copenhague. De hecho, aún hay desacuerdo.
Se puede reducir en dos conceptos clave:
Superposición y colapso: Un sistema cuántico puede estar a la vez en varios estados posibles hasta que medimos; la medida selecciona un resultado y rompe la superposición (colapso). La teoría describe el mundo esencialmente en términos probabilísticos a esa escala.
Complementariedad: Según Bohr, rasgos como los de onda y partícula son descripciones mutuamente excluyentes pero necesarias; qué aspecto se revela depende de cómo intervenimos en el experimento. La teoría es completa en el ámbito que definen los arreglos de medida.
Qué convence a sus defensores
Sencillez operativa y poder predictivo: Una vez aceptado el giro conceptual, Copenhague ofrece una lectura directa de las ecuaciones y guía con éxito el cálculo y la predicción. Esa economía de supuestos facilitó su adopción en manuales y aulas.
Marco común de trabajo: El “idioma” de Copenhague normalizó prácticas de medida y análisis en múltiples áreas —desde espectros atómicos y láseres hasta semiconductores y superconductividad—.
Claridad conceptual sobre la medida: Bohr reformuló el fenómeno cuántico como algo indivisible durante la medida; el tipo de intervención experimental determina qué rasgo se hace accesible.

Qué objetan sus críticos (y qué proponen)
Albert Einstein: Sostuvo que el mundo debe tener propiedades definidas también sin medir. Con la paradoja EPR (1935) argumentó que el entrelazamiento sugiere que la teoría no es completa y que deberían existir variables ocultas más profundas.
Erwin Schrödinger: Defendió que la función de onda es algo físico y planteó el experimento mental del gato para evidenciar las dificultades de aplicar sin matices la superposición a objetos macroscópicos.
De Broglie–Bohm: Restauran trayectorias y determinismo mediante una “onda guía” y un potencial cuántico no local. Explican los mismos datos que la formulación estándar, pero al precio de una no-localidad explícita y una ontología más pesada.
Everett (muchos mundos): Elimina el colapso, pues todas las posibilidades se realizan en ramas del universo que se separan en cada medida. Mantiene siempre la evolución unitaria, pero choca con la intuición cotidiana.
Decoherencia: Desde los años setenta, explica por qué la superposición se desvanece por interacción con el entorno, haciendo que el mundo macroscópico parezca clásico sin postular colapsos ad hoc. No resuelve por sí sola la interpretación, pero aclara el puente micro–macro.

Por qué ganó (y sigue viva) la ortodoxia
Además de sus éxitos empíricos, la interpretación de Bohr y Heisenberg prosperó por su menor carga metafísica frente a alternativas, por la centralidad institucional del Instituto de Copenhague y por el liderazgo intelectual de Bohr. El resultado fue un consenso práctico que, con matices, perdura. Desde los años setenta, los tests del entrelazamiento y las desigualdades de Bell dejaron en mala posición a las variables ocultas locales, reforzando la aceptación de correlaciones no clásicas.
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